Hoy sería el último día guiados. Nos levantaron pronto para pasearnos por toda la ciudad recogiendo gente. Y es que en las excursiones guiadas también hay clases y los que pagamos menos (la categoría más baja) somos los peor tratados, a los que antes recogen y a los últimos que dejan los autobuses. Lo bueno es que después de la visita a las pirámides, perderíamos a Amed de vista para siempre.
El desayuno en el hotel fue magnifico, cogimos comida para almorzar luego si teníamos más hambre. El trayecto en bus agobiante. Y, por fin, la esperada visita a las pirámides fue… decepcionante. Sí, las pirámides son geniales, poder verlas aunque sea un minuto en la vida merece la pena, pero con determinadas compañías es mejor no ir. Y es que nuestro guía nos la volvió a jugar. No quiso madrugar para llegar de los primeros al recinto de las pirámides, por lo que con los retrasos del bus recogiendo gente de aquí y de allá (y también que hay algunos turistas que no tienen respeto por nada), llegamos realmente tarde, tanto que era casi imposible entrar en el cupo de gente que puede entrar cada día al interior de la gran pirámide. Dicen que no te pierdes nada, pero nos hacía ilusión… Agua y ajo, la próxima vez volvemos por nuestra cuenta.
El caso es que ese problema ya veníamos pensándolo antes de llegar al recinto, lo que no nos imaginábamos era que el hombre éste nos iba a tener encerrados en el bus nada más llegar al parking de las pirámides, viendo los monumentos por la ventana y sin poder escapar, durante 15 interminables minutos mientras nos contaba su vida, obra y milagros, tonterías que no nos interesaban para nada y cuestiones de organización del viaje (a que hora nos veríamos, que no fuéramos con los camellos al desierto que era muy peligroso, que si en el autobús podíamos dejar las cosas que quisiéramos, etc). Todo el encanto del momento se fue a la mierda por un puñetero guía. Así de claro. Nos jodio la visita más esperada de todo el viaje. Allí, ante esos colosos de piedra, juramos volver… y lo cumpliremos.
Lo suyo hubiera sido llegar en camello hasta las pirámides, desde el desierto y tras una gran duna empezar a divisar la silueta de las 3 grandes pirámides. Acercarnos poco a poco y descender de nuestro camello para recorrer los últimos pasos andando. No pedíamos eso, simplemente hubiéramos deseado que nos dejara el maldito autobús en el parking y correr a ver las pirámides con todo el tiempo por delante. Ni eso tuvimos.
Cuando nos liberó Amed, fuimos a ver las pirámides de cerca, desde mil lugares distintos, subimos en ellas, las tocamos, las sentimos… pero todo de prisa, porque teníamos una hora y todavía no habíamos visto el museo. Cuando nuestro tiempo llegó a su fin, todos al autobús para alejarse y hacer una foto panorámica. Como japoneses. 10 minutos y todos de nuevo al autobús para ir a ver la esfinge. Nos escupe otro rollo memorizado y 30 minutos libres. Fotos y todos de nuevo al bus que nos vamos a casa.
Todavía pienso que debíamos haberle dejado tirado en ese momento, decirle “nosotros nos quedamos aquí” y seguir viendo a nuestro aire aquel lugar maravilloso, pero no lo hicimos y todavía pudimos comprobar hasta que punto la desfachatez de una persona puede llegar a rozar lo abominable. ¿Por qué tenía tanta prisa? ¿No quería que se nos enfriara la comida? No, quería llevarnos de camino a los hoteles a una fábrica de papiros. Perdón, a una fábrica no, a una tienda. Ese era el momento, antes de que la mayoría de los turistas se enteraran de los precios que tienen estos souvenirs. 300 y 400 LE eran precios habituales. Y lo peor, algunos lo pagaban. Eso sí, en la tienda, toda lujosa, decorada en oro y madera, te ofrecían un té nada más entrar. Nosotros nos quedamos curioseando y charlando con nuestros amigos los vascos. Por cierto, ahí no dio un tiempo máximo de estancia, nada, no hace falta, cuando el último del grupo se cansó fue cuando nos fuimos. Vaya impresentable. Pero esta vez sí que era la última vez que le veíamos, en cuanto nos dejara en el hotel nos iríamos cada uno por su lado, ya que nosotros no habíamos comprado ninguna de sus caras excursiones por la ciudad. Las últimas palabras que tuvo este elemento fueron para Nuria, le dijo que con esa actitud no se podía viajar, que ella no podía ir por ahí desafiando la autoridad del guía y organizando excursiones paralelas, que eso le llevaría problemas y no se que más. Lo que en realidad quería decir es que le habíamos hecho perder comisiones por darle información a nuestros amigos y por “atrevernos” a ser un poco libres durante el viaje.
Bastante cabreados, pero aliviados, llegamos al hotel, nos cambiamos y salimos corriendo junto con los chicos vascos a buscar un taxi para ir hacía la ciudadela. Llegamos a la hora de comer, buscamos algo y encontramos un restaurante impresionante allí dentro, en una especie de plaza, dónde la decoración y la vestimenta de las camareras recordaba a la edad media. A pesar de eso, nos sorprendió el precio. El servicio no fue excesivamente rápido, por lo que perdimos mucho tiempo, quedándonos a medio visitar toda esa zona ya que cerraban a las 5. Una lástima.
Cogimos un taxi. Negociamos con el taxista un precio para ir a Khan el Khalili y cuando pensábamos que ya íbamos a salir, subió en nuestro taxi a dos japonesas que también iban para allí. Nos había parecido un precio demasiado bajo, pero no nos imaginábamos cual sería la estrategia para hacer que le compensara.
En el mercado nos pasamos toda la tarde hasta que anocheció. Ni siquiera pudimos visitar todo el mercado, aunque bien es cierto, que hay muchas cosas “repetidas”. En la parte más turística los vendedores son especialmente pesados y los precios empiezan más altos, pero si sales de esas zonas los precios se moderan (aunque hay que seguir regateando) y no te suelen molestar tanto.
Después del mercado cogimos otro taxi hasta la zona de pirámides dónde esa noche hacían el espectáculo de luz y sonido en castellano. Tuvimos un problema con el taxista que pretendía que le pagáramos algo más por el trayecto, después de haberlo negociado y dejado claro desde un principio. Montamos un buen pollo en la puerta de las pirámides, hasta que vino un hombre que trabajaba de acomodador allí y que nos ayudó mediando con el taxista que estaba simulando estar muy enfadado. Le pagamos lo convenido. Antes de entrar al espectáculo (que, por cierto, es una de las cosas más caras que hay en todo Egipto, creo que fueron sobre 60 o 70 LE por persona) fuimos a comer algo. Como teníamos poco tiempo y no encontramos nada por allí terminamos comiendo en un fast-food por muy poco dinero. Luego fuimos al espectáculo y nos sentamos en primera fila gracias al mismo hombre que nos ayudó a mediar con el taxista. El espectáculo en sí es bastante soso, pero ver las pirámides iluminadas y el sonido envolviéndote, resulta bastante espectacular. Eso sí, no creo que volviera a pagar
tanto dinero por entrar a verlo.
Cuando el espectáculo terminó, salimos rápidamente para encontrar un taxi. Aún así fue complicado y nos tocó uno que tuvo que ser empujado para poder arrancar, sin marcador de velocidad, ni luces, ni… pero llegamos a nuestro hotel. Antes de acostarnos pasamos por el bar para tomar algo, preparar el día siguiente y fumar shisha.
Gastos del día
No disponemos de los datos individuales
Total: 300 LE