A continuación expongo las notas que tomamos durante nuestro viaje a Cuba del pasado verano. Iniciamos así la crónica del viaje que se extenderá durante unos cuantos artículos más. Este se inicia el 30 de julio y termina el día que nos marchamos hacía Viñales. Se pueden consultar los gastos diarios en el excel que colgamos en este artículo.
Día 30: Vuelo Madrid-Moscú-La Habana
Salimos el día anterior de Madrid, dormimos un poco en el avión y mucho en el aeropuerto de Moscú (bien, por cierto). Lo malo de ese aeropuerto es que nos hicieron tirar (o beber) todos los líquidos, incluidos los comprados en el Duty Free. Pasamos el vuelo de Moscú a La Habana sin dormir para evitar el Jet lag. Después de haber volado en Turkish, Etihad y otras compañías similares, nos dimos cuenta que Aeroflot no es demasiado buena (comida mediocre, multimedia solo en ruso o inglés sin subtítulos, azafatas poco amables, etc). Eso sí, la llegada fue puntual y los trámites de entrada nos llevaron aproximadamente una hora y media.
Desde la salida del aeropuerto, fueron 15 minutos andando hasta la parada del P16. Es muy fácil. Preguntando a cualquier persona te indicará, pero no tiene pérdida: hay que caminar en la misma dirección que van los taxis, hasta llegar a una gran avenida.
El P16 nos dejó cerca del Hostel Hamel que fue fácil de encontrar y lleno de gente amable, tanto huéspedes como Wilfredo y Magnolia. Cenamos los bocatas que traíamos y las bebidas que habíamos facturado en la mochila y nos acostamos un rato después. Pasamos una gran noche gracias al aire acondicionado, ya que la temperatura en La Habana era sofocante.
Día 31: El primer contacto con La Habana
Nos levantamos pronto, con la luz que entra porque no hay ventanas a eso de las 8:00. Tras el desayuno (todo traído de casa) salimos a informarnos de la posibilidad de ir a Isla Juventud: resulta carísimo, más caro ir en lancha que en avión, ya que el precio es el mismo para cubanos que para extranjeros pero cambia la moneda: 50 CUP o 50 CUC por trayecto.
Aprovechando que estábamos cerca, nos metemos en lo más típico de un viaje a Cuba: la plaza de la revolución. Luego andamos hacia el cementerio Colón que me hacía gracia visitar (me encantan los cementerios monumentales), pero al tirar hacía dentro vimos que te querían cobrar 5 CUC y decidimos no visitarlo. Ahí es cuando nos empezamos a dar cuenta de que los precios que pagan los turistas en Cuba son desproporcionados y decidimos empezar a poner coto. Todo el camino desde la plaza de la Revolución hasta el cementerio Colón lo hicimos charlando con un cansino que quería meternos el timo del «invítame a un mojito sin preguntar el precio», pero se quedó con las ganas. Eso sí, extrajimos toda la información que necesitábamos sobre La Habana.
Tomamos el bus P4 desde Cementerio Colón hasta Habana vieja dónde conocimos a una traductora cubana musulmana que había viajado por todo el mundo y que sin saber cómo nos invitó a un helado y nos enseñó la zona de Obispo. Ahí es cuando nos dimos cuenta que si bien en Cuba íbamos a encontrar mucho timante que quiere vivir a costa del extranjero, a la vez, íbamos a encontrar a muchas más personas con historias increíbles y un corazón gigante que nos iban a tratar como a hermanos.
En la calle Obispo descubrimos el maravilloso mundo de las ventanas ya que comimos en una de ellas. En la plaza de armas estuvimos hablando de todo con un par de jóvenes cubanos que nos explicaron como vivían y nos contaron algunos detalles realmente interesantes sobre el día a día en Cuba (el paquete, la vida familiar, cómo les llega la publicidad occidental, etc).
Tras comparar la vida en Cuba con la de Europa dejamos a nuestros amigos y nos fuimos a tomar un chocolate en el Museo del Chocolate (que es una cafetería a pesar de su nombre). Caminamos de vuelta al Capitolio y de ahí andando a Hamel y luego hasta la rampa del Malecón dónde en un espacio llamado Pabellón Cuba había actuaciones en directo, productos de arte y comida. ¡Ambientazo!
Cenamos una lasaña gigante muy cerca de Hamel. Llegamos rendidos y tras una ducha y un rato en la terraza nos acostamos cerca de las 11.
Día 1: Las playas del Este
Nos levantamos tarde, sobre las 10, cuando Wilfredo desconecta el aire acondicionado de las habitaciones. Tras el desayuno (todavía tirando de cosas traídas de casa), tomamos el bus P5 que nos deja frente a la parada de la Lanchita para ir al otro lado de la bahía. Cruzamos y subimos hasta el cristo y la antigua casa del Che (caro, no entramos).
Tras ver las vistas, empezamos a bajar hacía el morro para tomar el bus 400 hasta las playas del este. Todo el camino lo hacemos con el conductor del único bicitaxi de esa zona, charlando de mil y un temas, nosotros andando, él en su bici, no buscaba nada, solo charla. Una persona increíble, hijo de un militar de alto rango y con cientos de historias de gran interés.
El bus está atestado de gente, como Valencia en fallas. Bajamos en Guanabo, una playa cualquiera a la que el chico del bicitaxi nos había recomendado no ir porque «iba a haber demasiada gente». Acertó, estaba llenísima, pero eso no nos importaba, tiempo tendríamos para encontrar playas solitarias. Nos dimos un baño para quitarnos el sudor y seguidamente comimos en un chiringuito de playa después de comprar bebidas en un supermercado.
Volvemos a la playa y la escena es impresionante, pero la contaré en otro artículo ya que sino este se haría demasiado largo.
Antes de que se haga demasiado tarde, decidimos regresar al hostel con un 400 y un 222. Nos duchamos y nos arreglamos para ir a ver un monólogo de un artista cubano llamado Mariconchi. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que en Cuba se puede hablar de cualquier tema, ya que este artista en plan humorístico trataba cualquier tema de la vida diaria de la Cuba actual y de hace unos años, cuando todavía existía la URSS. Sería como un Buenafuente en España.
Ya casi a media noche nos compramos unos bocadillos y unas latas y nos sentamos en un portal dónde charlamos con una pareja de habaneros que nos explicaron cómo funciona el sistema de adjudicación de viviendas.
Día 2: El parque Lenin
También nos levantamos tarde y vamos a comprar algo de fruta y la preparamos haciendo tiempo hasta las 12. A esa hora, a mediodía, cada domingo, se forma en el callejón de Hamel una verdadera fiesta con música, arte y muchísima gente.
El grueso del día lo pasamos en el parque Lenin, disfrutando de un domingo campestre como una familia cubana más. Para llegar hay que empalmar un par de autobuses, pero no nos quedamos con la referencia, preguntad en la casa dónde os alojéis. En el parque, lo más destacable es el parque de atracciones.
Dejamos el parque cuando empezó a caer uno de esos aguaceros tropicales. Primero nos resguardamos un poco, pero cuando vimos que no paraba corrimos hasta el bus P13 que nos llevó directos hasta el Capitolio (hay que andar un poco). Cuando llegamos ya estábamos secos. Hace mucha calor.
La idea era llegar a ver a los artistas que se juntan en Prado los domingos pero estaban ya recogiendo (eran casi las 6) y cuando empezó de nuevo el diluvio, esta vez mayor, desaparecieron todos excepto unos niños que aprovecharon para iniciar un partido de fútbol. Allí, recogidos bajo un portal esperando a que parara, fue cuando me enamoré de La Habana. Pero esta historia, igual que la anterior, la dejo para otro momento con más calma.
Regresamos, cenamos y nos cambiamos para ir de nuevo a la Rampa a ver a otro par de cómicos. Cuando llegamos nos topamos con la sorpresa de que se había suspendido el espectáculo por la lluvia. Ahí fue cuando entendimos que en Cuba, a pesar de que están acostumbrados a que llueva así, en plan tropical, el agua también hace que cambien los planes de la gente, igual que en Alicante.
Buscamos un cine u otra cosa, pero sólo había discotecas abiertas y la verdad, estábamos demasiado cansados para eso. Volvimos al hostel y nos acostamos realmente pronto en nuestra primera noche lluviosa del viaje.
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