El objetivo del día era llegar al norte de Islandia. Nuestra segunda noche en Landbrotalaug fue similar a la primera, pero con mucho más frío ya que a mitad noche nos habíamos quedado sin electricidad y el sistema de calefacción se había parado. Fue culpa nuestra, no nos acordamos de desconectar la nevera de la batería, pero de eso nos enteramos mucho después. Pensábamos que sería un día aburrido, puesto que no habíamos podido dormir bien por el problema de la calefacción y no había mucho que ver desde aquí hasta que llegáramos al lago Myvatn. Pero nos equivocábamos, no nos podíamos imaginar que iba a ser un día tan lleno de aventuras y momentos inolvidables.
Los primeros problemas del día
El día comenzó con problemas. Tras desayunar y repasar el plan del día, arrancamos la autocaravana para dirigirnos primero al sur a Borgarnes y luego al norte. El día había amanecido con mucho viento racheado y tras la nevada del día anterior las carreteras que iban hacía el sur estaban marcadas en el parte como intransitables por nieve (en blanco). Por eso, decidimos en principio «perder el día» haciendo una ruta tranquila hacía el interior, visitando Deildartunguhver y las cataratas de Hraunfossar y Barnafoss que habían quedado pendientes dos días antes por falta de tiempo.
Sin embargo, antes de llegar siquiera a la carretera, en los 200 o 300 metros de camino de tierra que nos separaban de la misma, empezamos a oler a quemado. «¿Qué pasa?» «Parad la autocaravana, huele a quemado!!». La paranoia se apoderó rápidamente de todos nosotros. Primero vimos humo blanco saliendo del tubo de escape, luego relacionamos el olor a quemado (que inequívocamente venía del capó de la furgo) con el problema de la calefacción del día anterior y además detectamos una pequeña fuga de agua debajo de la mesa. Abrimos el capó e investigamos. Nada, pero aquello seguía oliendo a quemado. Total, que acabamos llamando al tipo de McRent un día festivo a las 8 de la mañana. El hombre, medio dormido, le explicó a Roman qué tenía que mirar, le dimos unas cuantas vueltas al problema y finalmente simplemente dijo: «no pasa nada, continuad y si tenéis algún otro problema llamadme». Dicho y hecho, con su bendición volvimos a arrancar y nos encaminamos a Borgarnes. Ya no volvimos a oler a quemado ni a ver humo blanco. Quizás, si hubiésemos estado un poco más tranquilos, hubiésemos recordado que los motores diesel en invierno a veces hacen estas cosas.
Reconsiderando ir hacía el norte de Islandia
En poco tiempo nos plantamos en Deildartunguhver. Se trata de un lugar dónde hay una planta de generación de energía geotérmica y una pequeña «fuente» de la materia prima que utiliza esta planta: el agua caliente. Básicamente lo que hay son unos chorros desde dónde sale agua hirviendo (sí, hierve y lo notas por el vapor que sale y por las burbujas típicas del agua hirviendo). Es un lugar pequeño, pero vale la pena parar ya que queda al lado de la R1. Como a nosotros las cosas normales nos aburren, en vez de limitarnos a hacer fotos, cogimos un calcetín, metimos unos cuantos huevos y los hervimos para la hora de la comida (muy buenos, por cierto).
Tras esta visita, proseguimos hacía las cascadas de Hraunfossar y Barnafoss que son dos, pero están tan juntas que se visitan a la vez recorriendo un pequeño sendero muy bien marcado y balizado que han colocado. Es una zona bastante turística y había mucha gente. Recomiendo venir hasta aquí solo si se está de paso (para ir al centro de la isla, por ejemplo) o si se está especialmente interesado en las cascadas o la fotografía.
Como ya habíamos completado el nuevo objetivo del día y parecía que el tiempo iba mejorando, nos planteamos qué hacer. Tras cierta deliberación, no mucha, la verdad, decidimos que para recuperar el tiempo que íbamos a perder lo mejor sería estar tan cerca del destino como fuera posible, así que nos encaminamos hacía el norte de Islandia con la idea de parar y hacer noche en cuanto encontráramos dificultades. Sin embargo, cuanto más al norte avanzábamos mejor era el clima, salvo por el viento que seguía soplando igualmente a ráfagas. Había un sol radiante cuando pasamos al lado de los cráteres de Grábrók por lo que decidimos no parar y continuar avanzando.
Pánico en la carretera
El camino al norte de Islandia parecía despejado y creíamos que podríamos llegar fácilmente a nuestro destino: Grettislaug. Nada más lejos de la realidad. Un poco después de Grábrók, la Ring Road empieza a ascender. Al principio no nos dimos cuenta; luego empezamos a ver algunas manchas de nieve; luego la nieve se hizo más continua; pero cuando decidimos detenernos, echarnos a un lado de la carretera en alguna de las innumerables áreas de picnic que jalonan Islandia y pasar allí la tarde y la noche, nos dimos cuenta de que ya era tarde: todo apartadero había sido devorado por la nieve, no se veía la carretera, circulábamos sobre una ancha capa de nieve y hielo y no podíamos parar. Parar allí hubiese sido un caos circulatorio en tanto en cuanto no había nada más que un carril por sentido de la marcha y un caos para nosotros que probablemente no hubiéramos podido volver a poner en movimiento la autocaravana sin ayuda (las ruedas de un vehículo tan pesado sin 4×4 suelen patinar en la nieve y el hielo al emprender la marcha).
No había elección, habíamos cometido la temeridad de meternos en aquella carretera «blanca» tal como nos había indicado el parte meteorológico y ahora solo podíamos continuar hacía delante, a 20 km/h, eso sí. Con la cantidad de kilómetros que he hecho en mi vida en diferentes vehículos, cientos de ellos sobre nieve con mi ATV, jamás me había visto en una situación como aquella. Los tenía por corbata. Y solo estábamos subiendo, imaginábamos que llegaría un momento en el que esa carretera empezaría a bajar y seguiríamos circulando sobre nieve. Para darle una vuelta de tuerca más al asunto, de pronto vemos aparecer a lo lejos un camión con trailer. He de decir que todo lo que circulaba por aquella carretera en dirección contraria a nosotros eran coches 4×4 de esos que se gastan los islandeses que tienen unas ruedas de más de un metro de altura (los que venían detrás nuestro no los veíamos, ya teníamos bastante en mirar adelante). El camión parecía ajeno a todo aquello, no es que circulara rápido, pero iba a tal velocidad que el trailer que llevaba detrás iba dando bandazos a ambos lados, tal cual como aparece a veces en las películas justo antes de que el camión vuelque, pero este no volcaba, el camionero debía ser todo un experto y controlaba a la perfección.
Asustados por la visión del camión dando bandazos (que perfectamente podría habernos barrido) y con un importante subidón de adrenalina (¿adivináis cuantos llevaban puesto si quiera el cinturón?), nos apelotonamos todos en la cabina para ver lo más escalofriante que me ha pasado en mi vida. Sin palabras, ahí lo tenéis:
No, no he cortado el final del vídeo ni paramos de grabar. Fue una situación tan acojonante que hasta la cámara se asustó y se quedó justo en ese momento sin batería. Lo que venía detrás de ese mamotreto era una cola de 8 o 10 coches casi nos comemos (no veíamos nada cegados por tanta nieve y además la ráfaga de aire fue muy fuerte). Tras esto, el resto del camino fue coser y cantar, llevábamos tal subidón de adrenalina que ni siquiera nos asustó la bajada con una importante caída lateral y el freno motor echando humo.
Llegamos al norte de Islandia
Tras saltarnos algunos de los posibles lugares de parada en el camino al norte que teníamos planificados, tras una paliza de conducción en el día más largo en horas conduciendo (que no en kilómetros), por fin, ya de noche, llegamos a Skagafjörður, la ciudad que da la bienvenida al fiordo homónimo. Nos quedaban 14 kilómetros por una pista sin asfaltar que iba empeorando por momentos. Por si fuera poco, empezó a nevar y cuando ya solo faltaban un par de kilómetros según el GPS nos topamos con una verja cerrada. «¿Qué hacemos?». La decisión fue unánime: si habíamos conseguido llegar hasta aquí teníamos que pasar. Y así lo hicimos, salimos del vehículo en total oscuridad, abrimos la puerta y pasamos, cerrándola a nuestro paso. Hicimos bien, era una puerta que delimita el territorio del granjero que se ha montado un camping en Grettislaug y que nosotros desconocíamos. Unos chicos alemanes que había venido a Islandia en su camper nos comentaron que los dueños se habían ido ya, pero que podíamos pagar en una caja que hay junto a la recepción. Así lo hicimos a la mañana siguiente, aunque los dueños nunca nos lo pidieron cuando a primera hora se pusieron a arreglar una de las pozas.
La noche fue bastante mágica, puesto que después de cenar se despejó el cielo y me quedé a buscar la aurora. El resto del grupo se había acostado, pero ni 20 minutos más tarde les tenía que despertar porque estaba viendo una aurora verde en espiral justo sobre nuestras cabezas. Duró poquísimo, ellos apenas pudieron verla y la cámara solo captó una minúscula parte, pero ahí estaba, nuestra aurora tras un día increíble. Por si acaso volvía a aparecer la aurora, nos metimos en la poza y allí estuvimos casi toda la noche, disfrutando de un precioso amanecer, pero compartiendo la poza con la pareja alemana «en pelotas».
Luego, nos acostamos un rato, pagamos la estancia en el camping en la «hucha» que los propietarios había puesto y regresamos a la carretera. Pero eso ya os lo contaré en otro momento…
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