Para el tercer día de ruta por Islandia habíamos previsto un trayecto circular en la península de Snæfellsnes, llamada también la pequeña Islandia por encontrarse en ella concentrada la esencia de la isla. Partíamos de Landbrotalaug, la poza de aguas termales en que habíamos pasado otra noche con mucho viento, pero esta vez con la autocaravana bien posicionada. La idea era volver a la poza antes de que anocheciera.
Partimos bastante pronto puesto que la vuelta completa a la península de Snæfellsnes son más de 200 kilómetros y hay muchos sitios dónde se puede uno parar un rato o varias horas. Nuestra primera parada fue en Gerðuberg, a muy pocos kilómetros de Landbrotalaug y a muy poca distancia de la carretera 54 que es la principal carretera de la península de Snæfellsnes. Básicamente se trata de unas columnas de basalto que forman una pared. Es una formación muy curiosa a la que se puede acceder con la autocaravana por un camino que sale a mano derecha (mirad hacía las montañas del interior y cuando veáis las columnas os metéis a través de una portezuela abierta).
La segunda parada fue en la cafetería Rjúkandi que está justo en la intersección entre la 54 y la 56. Tomamos cafés y cervezas y, lo más importante, estuvimos largo rato charlando con el dueño del local que es un argentino que vivió un tiempo en España y que os puede contar un montón de secretos de la zona. También podéis quedaros a dormir si queréis.
Dándole la vuelta a la península de Snæfellsnes
Continuamos adelante hasta la famosa granja dónde hay un grifo de dónde sale agua con gas. No está muy bien indicado, primero nos pasamos de largo por la 54 y luego, cuando nos metimos por el camino correcto y llegamos a la granja no encontrábamos el grifo y nadie salió a decirnos que estábamos en mitad de su granja (llegamos hasta los establos!!). Cuando ya volvíamos vimos que había lo que parecía un pequeño parking y una cañería. ¡Bingo! Ahí estaba. Como referencia para llegar pensad que el parking está a mano izquierda un poco antes de llegar a la granja. El agua era curiosa, pero llevaba muchísimo hierro, tanto que las botellas que llenamos terminaron siendo el agua de cocer la pasta.
La siguiente parada era Ytri-Tunga, esta vez bien señalada. Se trata de una granja que está casi en la playa y que es un lugar de avistamiento de focas. Tal y como nos contó el propietario de la cafetería, las focas se ven siempre, pero solo cuando hay marea alta se ven de cerca. Cuando la marea está baja hay muchas rocas y acercarse a las focas no es sencillo (parecíamos mariscadores!). Obviamente, no es ni de lejos comparable con el avistamiento de focas en Paracas (Perú) pero no está nada mal.
La verdad es que nos tiramos mucho tiempo tratando de ver más de cerca las focas y se nos hizo la hora de comer. Preparamos una buena comida en la autocaravana y salimos hacía Búðir, una playa de arenas doradas con una iglesia negra típica islandesa. Nuria y yo nos dimos una vuelta por los alrededores mientras el resto descansaba. Había mucho viento y hacía frío, pero la zona era bastante bonita. Al parecer cabe la posibilidad de realizar una ruta andando por esta zona, pero no daba tiempo.
Acumulando retrasos
En invierno y con una autocaravana no se puede continuar por la 54 ya que sube bastante altura y suele haber mucha nieve. Es más, el día que nosotros estuvimos, directamente la 54 estaba cortada. En su lugar se puede rodear el volcán y la península de Snæfellsnes por una carretera asfaltada e igual de buena que la 54. A partir del momento en el que dejamos la 54 y hasta que la retomamos fuimos teniendo de manera intermitente diferentes puntos de vista del volcán Snæfellsnes que es dónde Julio Verne situó la entrada al centro de la Tierra en su famosa novela.
Continuamos el camino pasando por delante del monte Botnsfjall, pero sin parar, ya que en ese momento acumulábamos un gran retraso y todavía quedaban varias visitas interesantes. También pasamos de largo de la playa de Djupalonssandur, pero Hellnar era visita obligatoria y nos encantó. Estuvimos bastante rato disfrutando con las olas, las rocas y lanzándonos por los toboganes naturales dónde los niños islandeses se jugaban. Cargados hasta arriba de «huevos de dragón» regresamos sobre nuestros pasos para seguir dándole la vuelta a la península.
El resto del camino hasta Kirkjufell lo hicimos bastante deprisa, sin parar en ningún lugar debido al retraso acumulado y a que buscábamos un supermercado abierto dónde vendieran chanclas para Román que habían sido succionadas en Landbrotalaug. A pesar de nuestras prisas no hubo suerte, pero habíamos adelantado bastante camino por lo que pudimos parar un rato a hacer fotos a Kirkjufell (una montaña triangular a la que, sinceramente, no le vi ninguna gracia) y nos acercamos luego al pueblo de Stykkishólmur desde dónde sale el ferry Baldur que cruza hasta los fiordos del oeste. Del campo de lava de Berserkjahraun pasamos también puesto que estábamos un poco cansados ya. En Stykkishólmur estuvimos más tiempo del que deberíamos ya que había wifi gratis y nos enganchamos un buen rato (sobre todo Nuria, pero era comprensible ya que era la primera vez desde el hotel del aeropuerto que teníamos acceso a Internet).
El clima islandés
Teníamos que volver sobre nuestros pasos, empezaba a atardecer y de pronto el clima empeoró bastante. La idea era llegar hasta la 56 y cruzar la península de Snæfellsnes por allí. Aunque había más viento y llovió algún rato, esto no parecía un problema hasta que llegamos a mitad de la carretera y las condiciones empezaron a empeorar drásticamente. Empezó a nevar y las rachas de viento eran cada vez más potentes. En la carretera encontrábamos placas de hielo de gran tamaño y el viento nos hacía movernos de un lado a otro. Por suerte no había prácticamente nada de tráfico, por lo que decidí que lo más seguro sería circular por medio de la carretera para evitar que un golpe de viento nos lanzara fuera. Seguía nevando y cada vez más. Además anocheció totalmente porque teníamos que ir a una velocidad muy reducida, quizás 20 o 30 km/h en algunos momentos.
Empezamos a plantearnos qué hacer, ya que la carretera estaba cada vez peor y si seguía empeorando era posible que no pudiéramos continuar. La parte buena era que una autocaravana tiene una autonomía total y podríamos esperar calientes a la quita-nieves que evidentemente ya no pasaría esa noche. Por ello decidimos continuar adelante y acertamos. Nos supimos salvados en cuanto vimos las luces de la cafetería Rjúkandi que nos indicaban que habíamos llegado a la 54 y tendríamos a pocos kilómetros la poza de la noche anterior. Dejamos la 56 llenándose de nieve (los últimos kilómetros los hicimos sobre nieve) y emprendimos el camino de regreso por la 54 que aún en mejores condiciones no nos permitía todavía cantar victoria.
Finalmente llegamos a la poza, encaramos la autocaravana y allí nos quedamos, sin fuerzas ni ganas siquiera para recorrer a pie los 100 metros que nos separaban del agua caliente.