Nos levantamos decididos a realizar el recorrido del tren de las nubes con el coche alquilado. El desayuno en el albergue fue normalito (tostadas y café) y tardó bastante más de la cuenta porque encontramos al personal del hostel durmiendo. Con las indicaciones que nos dio la chica del albergue y el mapa que teníamos de la oficina de turismo, no fue dificil salir de la ciudad y encaminarnos hacía el recorrido del tren de las nubes.
La primera parte del trayecto fue muy espectacular, con zonas de la quebrada preciosas, puentes y túneles excavados en la roca, vadeos de riachuelos… La carretera de esta primera parte de la ruta está sin asfaltar, pero el camino es bueno y no se hace nada pesado.
Como teníamos los waypoints del GPS de parte del recorrido del tren de las nubes, pudimos contemplar algunas singularidades del tren, pero fue bastante frustrante tratar de encontrar los rulos y los zig-zags (el máximo atractivo de esta vía férrea), puesto que no estaban bien señalizados ni en el GPS ni en la carretera.
Recogimos a una niña en el camino. Había salido de la escuela dónde estaba interna y regresaba a casa para pasar unos días de vacaciones. También recogimos a una mujer que vendía souvenirs en las ruinas de Tastil. Cada una con su dura historia personal. ¡Esto es tan diferente a las grandes capitales del país!
Durante el camino subimos a las ruinas de Tastil, que requieren que te desvíes de la carretera y te internes por un camino de tierra que según las lluvias podría ser válido únicamente para todoterrenos. La llegada a San Antonio de los Cobres fue realmente pesada. El tramo final de la carretera era de ripio y el coche tenía que ir muy lento para sortear los diversos baches y piedras que hay en el camino. Además el soroche (mal de altura) empezaba a afectarnos, aunque todavía no era muy intenso.
Pasando San Antonio tratamos de encontrar el famoso viaducto, pero fuimos incapaces. Llegamos a una zona dónde había un cruce de caminos y una flecha a la derecha indicando dónde estaba el viaducto. Los dos caminos posibles se iniciaban con una empinada rampa de tierra que parecía excesivamente complicado para un coche sin tracción integral. Además unos amenazantes carteles de «peligro gaseoducto» nos ayudaron a decidirnos a volver a San Antonio de los Cobres sin ver el viaducto.
Comimos en el único lugar de San Antonio que encontramos abierto (eran casi las 3 de la tarde). La comida fue muy abundante, como siempre por esta zona de Argentina (35$). Cuando ya nos íbamos, conocimos a un pequeño guía turístico de 8 años que se ofrecía a acompañarnos al viaducto mientras se peleaba con una anciana sin dientes que quería vendernos una muñequita al doble de su precio. El niño parecía una enciclopedia. Decía que se había leído un libro de turismo y nos contaba todos los datos que queríamos: desde la extensión de Argentina hasta la altura del viaducto. La conversación fue algo así: «¿De donde son ustedes?» «De España?» «Ah! 12.000 kilómetros de Buenos Aires». ¡Alucinante!
Desgraciadamente no teníamos tiempo para volver al viaducto ni muchas ganas ya que el soroche empezaba a apretar y necesitábamos bajar un poco. Así que tomamos la ruta 40 hacía las salinas. ¡Que locura de carretera! Toda de ripio y nosotros con un utilitario. El coche iba dándo tumbos, de vez en cuando un banco de arena invadia el camino y deslizábamos sobre ella. Luego un pickup nos adelantaba a todo trapo y eso que nosotros rodábamos bastante ligeritos por la pedregosa y recta carretera. Las piedras golpeaban sin cesar los bajos del coche, pero creo que llevaba una protección extra.
Los 90-100 kilómetros de la ruta 40 nos dejaron exhaustos, sólo teníamos ganas de llegar a algún sitio, pues al circular a tan bajas velocidades (máximo 60-70 km/h) y en condiciones tan duras la sensación de aislamiento es muy alta y te parece que nunca llegarás. Por cierto, a pesar de estar en mitad de la puna andina, dónde no se ve nada en muchos kilómetros a la redonda y la carretera es una línea trazada con tiralíneas, en un momento dado, salieron media docena de policías de detrás de unos matorrales que nos pararon y nos pidieron la documentación. Surrealista.
Cuando por fin llegamos al asfalto, nos desviamos un momento a la izquierda para acercarnos a ver las salinas. Un lugar impresionante que no pudimos disfrutar como deberíamos por el dolor de cabeza que nos atenazaba y el cansancio acumulado. En cualquier caso, nos hemos imaginado como deben ser las salinas de Bolivia que son 10 veces más extensas.
Luego nos dirigimos hacía Purmamarca por la famosa cuesta del Lipan. Cuando antes de venir a Argentina oíamos hablar de esta «cuesta» y veíamos mapas esquemáticos dónde se dibujaba este tramo de carretera como una recta, nos imaginábamos que se exageraba. ¿Que va a tener de especial una cuesta asfaltada? Pues hay que verlo. No es una recta, es una sucesión de curvas en forma de zig-zag que baja desde lo alto de las montañas a Purmamarca a saco. Son 60 kilómetros zig-zagueando, cambiando de paisajes, viendo como los guanacos corren para que no les toque la niebla, pasando la primera parte de la bajada sobre un mar de nubes, luego entre una densa neblina y más adelante bajo un cielo cubierto que amenaza lluvia. Impresionante.
A Purmamarca llegamos de noche. Purmamarca es la famosa localidad dónde se encuentra el Cerro de los 7 Colores, que esa noche no podemos ver. Lo que sí que nos dimos cuenta fue de la increíble transformación que ha sufrido la localidad. En la Lonely Planet ocupa 10 líneas y apenas aparecen 2 alojamientos, pero en cuanto llegamos al pueblo y empezamos a preguntar, los hoteles y alojamientos rurales super-pijos han crecido como setas y piden cantidades astronómicas por pasar la noche (hablo de más de 200$). En cada establecimiento que visitábamos pedíamos por otro más barato. Después de encadenar 4 sitios y estar a punto de desistir y pagar 50$ por cabeza, nos dirigieron a «Don Julian» o algo así. Un lugar extrañísimo, realmente una casa particular dónde permiten acampar en el patio interior por una módica cantidad de dinero y dormir en una cama dura dentro de una habitación con cucarachas y arañas por unos pesos más.
Salimos a cenar buscando el restaurante más cercano, que resultó ser un bareto dónde vendían empanadillas. Comimos unas cuantas empanadillas (buenísimas, por cierto) regadas con una coca-cola por sólo 7$. En cuanto terminamos, nos fuimos corriendo a la cama. A las 22:00 ya estábamos durmiendo.
Gastos del día:
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Gasolina 70$
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Llamada Teléfono 3$
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Souvenirs 7$
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Cena 7$
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Desayuno para mañana 4$
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Albergue ¿30$?
Total: 121$
Hola, Iván:
Me has dejado un comentario acerca del tren de Salta. Aunque ya te lo contesté allí, sólo quería indicarte que el tren está ya funcionando desde hace un par de meses. Estuvo cerrado varios años, y abandobando como bien dices, pero ya lo reabrieron, e incluso si entráis en su página web, veréis que hasta podéis comprar los billetes.
Saludos.