Nuestro último día de viaje por tierras islandesas fue básicamente un trámite. Habíamos dormido en el parking de Raufarhólshellir, un túnel de lava en forma de cueva, muy poco conocido, pero que había leído en un blog francés que se podía visitar si cuentas con algún tipo de iluminación. Las espectaculares fotos nos trajeron hasta este lugar.
Raufarhólshellir
Todo aquél que visite Islandia y realice una ruta por el triángulo de oro por libre, debería hacer un par de paradas adicionales: una en el espectacular sendero de Reykjadalur y otra en el túnel de lava de Raufarhólshellir.
Este túnel está abierto al público en general, sin ningún tipo de control ni necesidad de autorización. Es una cueva natural producida por la lava dónde se podrá apreciar cómo trabaja este elemento geológico. A diferencia de otros túneles de lava y cuevas de Islandia, para los cuales se requiere pagar y visitarlos con un guía o simplemente se encuentran en lugares tan agrestes que resulta casi imposible llegar por medios propios, en este caso, se trata de un lugar gratuito y al lado de una de las carreteras cercanas a la capital Reikiavik.
Para llegar no existen indicaciones de ningún tipo por lo que recomiendo llevar los puntos GPS destacados de Islandia que publiqué hace un tiempo. Una vez se llega al parking, la boca del túnel se encuentra a unos 100 metros y bien indicada. No tiene pérdida.
El túnel discurre paralelo a la carretera en dirección a Reikiavik y tiene varias aberturas naturales en su techo por los que se cuela la luz y la nieve. Dichas aberturas facilitan el acceso y el avance durante los primeros 100-200 metros, luego, la luz desaparece y es imprescindible contar con algún tipo de iluminación externa. Ni que decir tiene que estas entradas de luz producen unos efectos increíbles para tomar fotografías.
Avanzar resulta ciertamente dificultoso por el hielo y las resbaladizas rocas. Por eso, Nuria y yo llegamos solo hasta el lugar dónde las luces desaparecen completamente y te quedas en total oscuridad. El resto del grupo se fue metiendo hacía el interior del tubo hasta el final del mismo. Es una gruta con una sola entrada y salida, por lo que una vez alcanzado el final se debe regresar por el mismo camino.
La dificultad de avance, junto con la falta de luz (llevábamos solo algunas linternas de escasa potencia), hicieron que Roman resbalara y se hiciera un corte en una mano que tuvo que ser vendado insitu con un pedazo de camiseta.
Thingvellir
Pasamos más tiempo del esperado en la cueva de lava, por lo que nada más salir de la cueva, nos encaminamos rodeando el lago Thingvallavatn hacía Thingvellir, lugar imprescindible en toda visita a Islandia. Sin embargo, íbamos bastante mal de horario, por lo que tuvimos que acelerar y apenas pudimos visitar alguna catarata y algún camino del parque.
Hicimos turnos para cocinar, comer y visitar el parque. En nuestro turno, Nuria y yo subimos hasta la cascada de Oxararfoss y recorrimos parte de su sendero. Cuando regresamos nos cocinamos la comida, comimos y salimos de allí en dirección al aeropuerto.
Final del viaje
Todo lo bueno llega a su fin y nuestro viaje también. Sin embargo, todavía nos quedarían algunas experiencias curiosas. Eso Nuria y yo, porque el resto se quedó un fin de semana extra en Reikiavik.
Lo primero fue ir con la autocaravana al aeropuerto, llenar el depósito, realizar una buena limpieza de la misma y dejar a Jorge con todas las mochilas en la terminal. El resto, nos fuimos a devolverla a McRent. Allí discutimos un rato con el empleado por el tema de la cama que rompimos, por el agua que empapaba el suelo cada vez que la usábamos y al final terminamos pagando 240 euros extra entre los 5 pero ciertamente contentos de que no fueran más.
Regresamos andando al aeropuerto y nos despedimos. Román, Aida y Jorge tomarían el autobús hacía la capital, mientras que nosotros teníamos que buscar un lugar dónde dormir para pasar la noche ya que nuestro vuelo salía a primera hora de la mañana con destino Bath, Inglaterra. Tras darle varias vueltas a la terminal y ver que había varios letreros que prohibían dormir allí, además de observar cómo los vigilantes patrullaban el aeropuerto con frecuencia, decidimos que el mejor sitio, por silencioso, por la ausencia de policía y por cálido (no veáis el frío que entraba por la puerta cada vez que se abría), eran los baños. Y allí que nos metimos, Nuria en el de señoras y yo en el de caballeros, por separado y con el despertador puesto, nos encerramos en un retrete cada uno y nos tumbamos en el suelo para pasar toda una noche. Ambos salimos muy contentos, habíamos dormido perfectamente en uno de los aeropuerto más chungos de Europa según Sleeping in Airports. A la mañana siguiente, tomamos el vuelo a Bath dónde pasamos 3 noches y visitamos Stonehenge. Pero eso será otra historia…