En cualquier viaje que se realiza, una de las partes fundamentales es la conexión con el semejante, con las personas que habitan en los lugares que visitamos, con los que viven el día a día de esos sitios. Si esto es importante en un viaje en Europa o América, en un viaje a África es fundamental y es parte esencial del viaje.
Ni mil edificios, ni mil monumentos, ni mil paisajes nos podrán transmitir lo que media hora de charla tranquila con un anciano, con un trabajador o con un sin techo. Es la única manera de llegar al alma de los lugares que visitamos y conocer el porqué de sus costumbres, de su manera de vivir o de su forma de pensar. Además, quizá sea el mejor vehículo para realizar el viaje interior que todo buen viaje debe inducir.
Sin embargo, hay mucha gente, muchos de los que dicen ser ‘viajeros’ o ‘mochileros’ que se cierran. Desde que bajan del avión que les lleva a África van con la venda en los ojos, ignorando a las personas que se van encontrando, menospreciándolas o evitándolas. Es una venda que les impide ver el verdadero valor de las cosas, el valor del ser humano, de la lucha por la supervivencia, por la vida, por la libertad.
Allá ellos, ciegos de miedo y prejuicios. Ellos se lo pierden. Solo les pido que su cerrazón no se cruce en mi camino, que no se llamen viajeros, que los coleccionistas de visados y fotos se quiten la careta y dejen ver al turista que llevan dentro para no volver a sufrirlos.
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