En Chiang Mai, Pai y otros lugares del norte suelen venderte trekkings por la selva, pero ¿que tal una aventura en Phi Phi?. Como Nuria no es muy amiga del senderismo nosotros no hicimos ninguno de estos trekkings, pero estoy seguro de que hemos acumulado más de un día completo de trekking en todo el viaje ya que son numerosos los lugares dónde de una manera u otra tienes que andar por caminos o sendas en zonas selváticas. La excursión que nos auto-organizamos este día fue el trekking más largo que realizamos en Tailandia, aunque no hubiera sido realmente nada complicado si no llega a ser por la lluvia, pero al final acabó siendo una aventura en Phi Phi.
Habíamos leído en la wikitravel que en nuestra isla en Phi Phi había un mirador y que si continuabas el camino podías acceder a algunas playas buenas para hacer snorkel. Así que esa misma mañana nos compramos un equipo de snorkel, pan de molde, atún y agua y lo echamos todo en la mochila con la intención de pasar el día en una de estas playas.
El primer tramo de subida se hace por unas escaleras con una inclinación bastante grande. Es una subida dura, especialmente si no has madrugado y te pilla una mañana de sol. Justo cuando llegas arriba, te encuentras una caseta que te pide 20 bahts para entrar al mirador. Los muy mamones no lo habían anunciado en ningún sitio abajo y esperaban a saquear a la gente arriba, después del esfuerzo, cuando ya no hay marcha atrás. Tras esa cerdada se accede a lo que ellos denominan el “mirador 1”, que te permite tener una perspectiva de la isla bastante buena, pero no la mejor. La mejor se obtiene desde el segundo mirador, pero para llegar a este hay que superar primero una rampa de cemento bastante pesada. Una vez llegas arriba tienes unas vistas impresionantes de las dos bahías. Allí hay un pequeño restaurante dónde puedes comer o beber algo (e incluso tienen una masajista!).
Casi todo el mundo se hace la foto y vuelve por dónde ha venido. Nuestra intención era continuar. Por la parte de atrás del mirador, desde las grandes rocas que lo forman, sale una senda que baja un poco hasta encontrar un cruce de caminos. En este cruce de caminos nosotros continuamos recto en sentido ascendente (desconozco que habría al final de los caminos de la izquierda y la derecha, pero imagino que otras playas). Llegamos a una especie de poblado de casas que más bien parecen chabolas, pero que tiene incluso un bar. Continuamos siguiendo algunos carteles que encontramos con la palabra “beach” escrita a mano y que nos llevaron hasta una senda en mitad de una jungla. Imagina a la altura que está el mirador del mar, pues nosotros todavía habíamos subido un poco más y ahora tocaba descender toda esa altura hasta llegar a la playa por una senda dónde en muchos momentos no cabían dos personas. Tuvimos relativa suerte y empezó a llover un poco a mitad del recorrido, lo cual bajó la temperatura que era altísima. Aunque llovía, nosotros no nos mojábamos porque la densa vegetación se quedaba con todo el agua. Lo que no pudo evitar la lluvia fueron las picaduras de mosquitos que nos dejaron las pantorrillas llenas de marcas. Imagino que si hubiera llovido más hubiéramos tenido problemas porque el terreno aún sin lluvia era ya de por sí bastante resbaladizo. No conté el tiempo que tardamos en llegar, pero yo diría que fue no menos de una hora y media desde nuestro hotel (sin contar paradas para ver el paisaje, claro).
Llegamos a una playa que se llamaba Rantee no muy grande dónde había un hotel, un restaurante, un centro de masajes y un lugar dónde alquilaban kayaks. Y nada más. Era una playa muy tranquila, con apenas long-tails dando por saco y con una arena y un agua absolutamente increíbles. En el camino de ida le habíamos preguntado a un thai que si en aquella playa habían peces y nos dijo que muchos (“many, many”) por lo que nada más llegar plantamos el campamento y nos pusimos a buscar peces en las rocas de la parte izquierda de la playa. Algunos peces sí que habían, pero los “many many” no los veíamos. En eso llegó un barco de los que hacen excursiones por las Phi Phi y paró justo delante de la playa a unos 100 metros. Al cabo de unos minutos, los 7 u 8 pasajeros del barco saltaron al agua con equipos de snorkel y se quedaron flotando por allí. ¿Habrá algo interesante ahí? Pero es que al cabo de 5 minutos llegó otro barco y repitió la misma operación. Ni cortos ni perezosos nos metimos nadando hasta llegar a la altura del barco, aunque bastante antes de llegar nos percatamos de lo que sucedía: la barrera de coral está pegadísima a esa playa. Vimos todo tipo de peces de colores, anémonas, conchas gigantes y hasta una serpiente de mar. Aunque el mejor momento fue cuando unos japoneses se metieron en el agua con comida para peces en la mano y al abrirla atrajeron a cientos de peces de colores que nos rodearon por completo. ¡Increíble! Algo maravilloso que todavía hoy sigue apareciendo en nuestros sueños.
Comimos en la playa dispuestos a realizar otra inversión nada más terminar. Sin embargo, ya veíamos que iba a ser complicado. En el horizonte se estaba formando una tormenta y antes incluso de que termináramos de comer empezó a llover, primero ligeramente, pero luego como pocas veces habíamos visto. Los trabajadores del hotel nos dejaron refugiarnos en el porche de uno de los bungalows que no estaban habitados. Entre ellos comentaban acerca de nosotros y creo que estaban preocupados porque la tormenta iba a durar bastante tiempo y el camino de regreso se podía hacer muy duro así. En efecto, la tormenta nos tuvo retenidos allí durante horas, mientras veíamos a los trabajadores correr de un sitio a otro para evitar que tal o cual cosa se mojara y alguno de los pocos capitanes de long-tail que estaban allí parados achicaba agua para evitar que su embarcación se hundiese. Aún así, una de las long-tails acabó bajo el mar, pero creo que es algo habitual a lo que están acostumbrados y que se soluciona rápidamente con un cubo y una pala cuando la marea baja.
Al cabo de unas horas de estar allí refugiados de la lluvia vino el masajista del complejo a hablar con nosotros (un lady-boy). Estaba interesado en saber que íbamos a hacer ya que la tormenta no tenía visos de parar y como mucho nos quedarían dos horas de sol. Le preguntamos cuanto tiempo se tardaba en llegar al mirador y dijo que él lo hacía en una hora, pero con lluvia así nunca había ido. Teníamos que decidir qué hacer. El taxi-boat no era una opción, puesto que ningún capitán estaba dispuesto a salir con el mar así. Quedarse a dormir allí era una opción bastante cara, imaginamos. Así que no quedaba otra: aunque lloviera a mares tendríamos que empezar el regreso. El masajista nos dijo que creía que era lo mejor y nos quiso regalar unos chubasqueros que muy amablemente rechazamos. Es increíble ver lo buena que puede llegar a ser la gente más humilde.
Emprendimos la dura subida muy mentalizados de lo que teníamos por delante. Por la senda corría el agua libremente y había charcos dónde nuestro calzado playero se hundía hasta más allá del tobillo. ¡Cómo echamos en falta unas buenas botas de montaña! El pie se nos resbalaba y tuvimos suerte de no caer ninguna vez. En los tramos más empinados íbamos sujetos a las raíces de los árboles que sobresalían o a las lianas que colgaban de los árboles. Y por si fuera poco, la densa vegetación que a la ida nos había protegido de la lluvia, ahora no solo se había convertido en una chorrera que canalizaba el agua sobre nuestras cabezas, sino que además tapaba los ya escasos rayos de sol oscureciendo nuestro camino.
Finalmente, llegamos al mirador dónde solo había dos ingleses refugiados de la lluvia en el bar esperando para ver el atardecer. Aunque hubiera estado bien esperar con ellos, íbamos tan calados y había tan pocas opciones de ver algo mientras la tormenta continuara que decidimos bajar al pueblo. Llegar a la habitación fue un subidón total, la aventura había dejado la mochila totalmente calada a pesar de la funda de plástico que llevaba y la cámara no corría mejor suerte, aunque estaba mejor protegida al ir dentro de una bolsa de plásticos. Nos duchamos y nos secamos y las fuerzas solo nos llegaron para bajar al restaurante de debajo de nuestra guest-house, del mismo nombre y mismo propietario, que, por cierto, es de los más baratos de la isla.
Gastos 24A
Desayuno: 25 B
Provisiones comida: 100 B
Equipo snorkel: 260 B
Entrada al view-point: 2×20 B
Smoothie en el mirador: 40 B
Cena: 220 B