Nos levantamos sin descansar. Los viajes organizados y contra-reloj tienen estos inconvenientes. Desayunamos rápidamente en el restaurante del barco (poco, pues no teníamos mucha hambre) y desembarcamos para coger un bus que en 5 minutos nos lleva al templo de Karmak. Justo enfrente del barco está el templo de Luxor, el cual no estaba incluido en la visita. Compramos una botella de agua de litro (7’5 LE).
El guía, a la puerta del templo, nos empieza a contar un tostón de historia sobre Egipto, Luxor y el templo. Al principio le atendemos todos, pero poco a poco todo el mundo empieza a mirar a otro sitio, a hacer las primeras fotos… Amed es bastante aburrido en su exposición, se nota que se ha aprendido el rollo que tiene que soltar y lo hace sin mucha gracia. Además la falta de horas de sueño y las ganas por empezar a explorar todo aquello hacen más complicado prestar atención.
Al final, el guía se decide a entrar, cuando ya tiene a medio grupo durmiendo sobre las ruinas y al otro medio haciendo posturitas para salir gracioso en la foto. Avanzamos entre las ruinas del templo (bastante bien conservadas), inspeccionando distintas columnas, grabados, monolitos… mientras Amed explica su significado o su interés. Ahí le prestamos más caso, ya que vemos reflejado sus conocimientos en la realidad. La visita con el guía dura una hora aproximadamente y luego nos deja media hora extra para visitar libremente el recinto (él apenas nos ha enseñado un pedazo).
Cuando se cumple la media hora, nadie estaba en el lugar dónde habíamos quedado, por lo que aprovechamos para visitar las tiendas de “recuerdos” del templo. Compramos una docena de postales (12 LE), un gato y un escarabajo pequeños (10 centímetros) de piedra de jabón (10 LE) y vamos al baño. En la puerta del baño, estaba apostado el limpiador del recinto que de forma muy vehemente pedía una propina por utilizar las instalaciones. Al final acabó cayéndole 1 LE, 3 chicles, algunos caramelos y un boli. No está mal su botín. Era nuestro primer contacto con África y las formas de ser de algunos de sus habitantes.
Ahora sí que llegamos tarde, somos casi los últimos en llegar al bus. El guía nos riñe un poco, pero a cambio nos felicita por ser los únicos que hemos pagado el precio justo por lo que hemos comprado. Nos marchamos en dirección al templo de Hatshepsut, el viaje en bus dura un buen rato, momento en el cual el guía podría haber aprovechado para contarnos el rollito de siempre, pero no, no dice nada.
Antes de llegar al templo de Hatshepsut, hacemos una pequeña parada para ver los gigantes de Mnemon. Son dos estatuas humanoides de tamaño descomunal que debieron pertenecer a algún templo ya desaparecido. El guía nos contó durante 5 minutos la historia del lugar y luego nos dejó 10 minutos para hacer fotos antes de proseguir el viaje.
El templo de Hatshepsut por fuera es realmente espectacular. Está enclavado en la roca y precedido por una gran plaza. Por dentro no hay mucho que ver, así que nos dedicamos al exterior. Como nota curiosa, desde el aparcamiento dónde se deja el bus hasta el propio templo, puedes ir andando o coger un trenecito que te acerca. Lo más espectacular del templo (a parte de dónde lo han colocado) es que conserva trozos de pintura de la época, aparte de los dibujos.
Cuando finalizó el tiempo libre, nos dirigimos a los autobuses para ir al valle de los reyes. El calor iba en aumento y ya empezábamos a ver lo que nos esperaría en los próximos días. El “valle de los reyes” es todo lo contrarío que el templo de Hatshepsut. Por fuera es feo y tosco, y guarda para dentro sus tesoros (aquí estaba enterrado Tutankamon). Las tumbas que hay aquí están escavadas en el suelo, a modo de cuevas y se entra a ellas después de bajar unos cuantos escalones y andar por, a veces, estrechos pasadizos hasta llegar a la sala principal dónde se encuentra el sarcófago. En el valle hay muchas tumbas y con la entrada tienes derecho a entrar a las 3 que tu elijas. En el interior de las tumbas está prohibido hacer fotos, aunque es relativamente fácil sobornar al vigilante o hacerlas a escondidas sin flash.
Pasamos bastante calor en el valle de los reyes. Tanto que casi nos alegramos de volver al autobús. El camino hacia el barco fue tórrido y en vez de hacerlo lo más rápidamente posible, el guía nos paró en un hotel dónde se podía cambiar dinero (obviamente él tendría comisión por llevarnos allí).
El barco estaba esperando su turno en la esclusa de Esna. Mientras esperamos para pasar, aprovechamos para ducharnos, asearnos, comer (muy bien, por cierto) y hacer una siesta. Las bebidas durante las comidas no están incluidas en la pensión completa, por lo que tuvimos que pagar 15 LE por dos coca-colas. Tras la siesta, nos esperaba un té en el elegante salón del barco. Intentamos salir del barco (que estaba amarrado a tierra todavía, esperando) y no nos dejan, nos dicen que es inminente la salida. En el tiempo que llevamos esperando podríamos haber visitado perfectamente el templo de Luxor.
Fuera hacía mucho calor, pero era un calor seco, bastante soportable. Así que salimos a la cubierta dónde algunos disfrutaban de la piscina y las copas a falta de cualquier otra diversión a bordo. Observamos algo bastante curioso para nuestra mentalidad europea. Unos niños (no llegarían ni a los 15 años la mayoría) con unos pequeños botes a remos, acosaban a los grandes barcos de turistas para venderles su mercancía: camisas, manteles, etc. Y como desde la cubierta hasta la superficie del agua que es dónde ellos estaban había por lo menos 10 metros, para mostrar sus mercancías las lanzaban a la gente de la motonave para que la examinaran y la devolvieran en caso de no estar interesados o le lanzara el dinero en caso de querer comprarlo. Una imagen realmente impactante de perseverancia y negociación. ¡Lástima no tener un video!
A las 20:00 se anuncia un coctel dónde se presenta a la tripulación del barco. El acto, más protocolario que otra cosa, resulta luego bastante entretenido, aunque yo sigo pensando que hubiera preferido mil veces haber podido bajar para mezclarme con la gente de Luxor y visitar su templo. Finalmente, después del coctel, nos avisan de que vamos a pasar por la exclusa. Tenemos suerte y nos colamos al lado del “conductor” de la motonave, en la mejor de las posiciones posibles para ver de cerca como el barco pasa de un nivel de agua a otro.
Durante la cena charlamos con otros chicos jóvenes, unos amigos vascos, acerca de viajes en general y de la forma de realizarlos. Nos hicimos bastante amigos de estos chicos. Antes de servir el postre, sorpresa musical: aparecen todos los tripulantes del barco, disfrazados con ropa típica e instrumentos tradicionales haciéndolos sonar con más pena que gloría, pero de forma muy divertida.
Después de la cena nos vamos directamente a la cama, pasando de la discoteca del piso de arriba.
Gastos del día
7’5 LE (agua)
12 LE (postales)
10 LE (2 figuras de piedra de jabón pequeñas)
1 LE (propina WC)
22’5 LE (3 coca-colas durante la comida y cena
)
Total: 53 LE