Aunque viajar suele ser una fiesta, en ocasiones los viajeros también pasamos por momentos delicados, momentos en los que pasamos miedo. Para celebrar este día se me ocurrió pedirle a algunos bloggers de viaje que nos contaran cuando fue el día que más miedo pasaron en un viaje. Estas son sus historias.

La finca solitaria y el loco de la motosierra

Por Carola y Marcelo de Periodistas Viajeros

El loco de la motosierra.
El loco de la motosierra.

«En Viena un amigo argentino nos prestó su casa por unos días ya que salía de viaje. La finca antigua y de campo, con numerosos cuartos y cobertizos estaba bastante alejada, a más de una hora del centro de la ciudad. En un lugar de bosques, arroyos y silencios llamado Mauerbach. Eso de día. Porque de noche, la casa solitaria y sin vecinos alrededor, con las sombras de los árboles, el murmullo de los animales y las viejas vigas de madera que se alternaban para crujir, se volvía como mínimo inquietante. Una noche tras pasar el día corriendo del palacio imperial de Hofburg al maravilloso de Schonbrunn, alcanzamos el último bus cerca de la medianoche. El transporte, a medida que avanzábamos se iba vaciando hasta que quedamos solo nosotros y un hombre mayor.

Tenía desorbitados ojos celestes que demostraban falta de sueño, cara de loco y arrastraba como si fuera un tesoro, un carro con hierbas y plantas. Por esas cosas de la vida, nos bajamos los tres en la última parada y con desconfianza caminamos por las calles desiertas tratando de que se amplíe la distancia entre nosotros. En una curva el hombre desaparece y eso lejos de tranquilizarnos, nos pone más nerviosos. No se ve un alma en la zona y está tan oscuro que en los últimos cien metros nos alumbramos con una linterna. La luna llena cuelga directamente encima de nuestra casa, dándole un tono plateado en medio de la arboleda oscura. Para distendernos descorchamos un vino antes de dormir y bromeamos con el hombre de las hierbas, que a esta altura ya apodamos el Loco de la motosierra, en nuestra exagerada paranoia. Pasan los minutos y lentamente el sueño le gana a los ruidos de la casa y nos quedamos dormidos. Cuando amanecemos, con la luz tibia entrando por la ventana, estamos felices por el nuevo día. Durante el desayuno nos reímos de la noche anterior, de nuestros miedos y del loco de la motosierra. Mientras me preparo para salir, Caro sale al parque a buscar algo y en eso escucho un alarido. Un verdadero grito. Salgo corriendo esperando lo peor al mejor estilo película de terror y la encuentro paralizada en medio del pasto y con la mirada perdida.

-¿Qué te pasó? Le pregunto. Tarda en responder.
-¡Acaba de entrar un hombre empuñando una motosierra!
– ¿Con una motosierra? Le digo mientras la agarro de la mano para iniciar el escape.
-Pará, pará…era un vecino que la había tomado prestada y venía a devolverla.

Recuperando el color en nuestros rostros, partimos pensando lo mismo. Tanto lo nombramos que al final apareció el loco de la motosierra.»

CasaLas chicas de la curva

Por Eliana de Dar Vuelta al Mundo

«Viajar haciendo autostop por las noches no se me da muy bien. Los momentos en que más miedo tuve viajando ocurrieron durante madrugadas colombianas.

El autostop nos había costado bastante en Colombia. Rompimos un récord de dos días esperando en un lugar que alguien nos lleve. Por eso, decíamos que sí al primero que se ofreciera a llevarnos y seguíamos con él el mayor tiempo que pudiéramos. En una de esas jornadas, bien entrada la noche, un camionero frenó y prácticamente nos arrojamos a sus brazos. Charlando nos enteramos que hacía dos días que no dormía y por ello paraba cada hora a tomarse un «tintico» (café).  Retomamos la ruta luego de una de esas paradas. El asfalto estaba mojado por la lluvia y la ruta serpenteaba camino a Medellín. Nuestro camionero, afectado en sus reflejos ya no sabemos si por tanto café o tan poco sueño, se agachó a cambiar la radio mientras tomaba una curva.

Resultado: caímos en la banquina, un metro más baja que la carretera.  El camión pareció rebotar dos veces antes de clavarse, por suerte, en tierra firme. A no más de diez metros estaba el precipicio. Nos ayudó que el camión venia muy cargado y eso hizo que se «clavara» en el lugar.

Después de esto, nunca más viaje de noche a  dedo.»

Niños que gritan tu nombre en medio de la noche

Por Sarah de Bueno Bonito Barat0

ONG Casa Guatemala
ONG Casa Guatemala

Cuando trabajaba para la ONG Casa Guatemala, muchas eran las noches en las que tenía que dormir al lado del dormitorio de las niñas que tenía a cargo. En medio de la noche oí que una de las niñas me llamaba, por lo que con linterna en mano me levanté en busca de quién era. Tras un buen rato pululando entre las literas localicé la llamada, era Vilma, me senté al borde de su cama y le pregunté qué quería, pero no obtuve respuesta, le tomé la temperatura para ver si estaba enferma y cuando estaba lista para irme de nuevo a la cama, Vilma me nombró de nuevo y en ese momento se le pusieron los ojos en blanco, fue un segundo pero yo me quedé aterrorizada, luego murmuró algo, se dio media vuelta y se volvió a dormir profundamente.

A la mañana siguiente, durante el desayuno –arroz con frijoles- le pregunté a Vilma qué le pasó por la noche; pero no se acordaba de haber soñado conmigo y le hizo mucha gracia haberme asustado.

Pero la noche que más miedo pasé fue cuando oí que la voz de un niño me llamaba en medio de la noche, en mi planta solo había niñas y adolescentes, por lo que oír la voz de un varón me sorprendió mucho, al principio me armé de valor y salí al pasillo, la voz venía de la planta de abajo. Solo pude llegar hasta las escaleras, el miedo me paralizó, en mi interior sabía que lo más seguro es que fuese Erik o Félix (los dos chiquitos que dormían abajo) pero mi cuerpo no reaccionaba, no podía moverme, me daba un miedo atroz encontrarme con algún tipo de espectro y me quedé parada contemplando como la luz de mi linterna reflejaba los escalones.

Por la mañana Jenn –la orientadora de los más pequeños- le decía a Erik entre risas “Erik quiere a Sarah”. Y es que la noche anterior había una reunión y yo me quedé a cargo de la casa, por lo que cuando Jeen acostó a los niños les dijo que volvería en 30 minutos, que si necesitaban algo que me llamasen a mí …y claro, Erik se despertó a las 2 de la mañana y me llamó.

Pánico en el río

Por Valen de Un Poco de Sur

Rio San Cipriano crecido
Rio San Cipriano crecido

En la nada de Colombia, en San Cipriano, un pueblito que no tiene ni carretera para llegar -solo unas vías d tren en las que no pasa un tren- fuimos a buscar unas cascadas y a caminar un poco por el área sin percatarnos de que la tormenta, aunque no la teníamos encima, descargaría completamente en el nacimiento del río que cruzamos en el camino y que apenas cubría los tobillos entonces.

Al volver nos dimos cuenta de que el rio estaba casi desbordado y había crecido más de 4 metros, con más de 20 metros de ancho y tal corriente era imposible de cruzar. En uno de los intentos la corriente nos arrastro durante unos 400 metros y es el momento en el que más pánico he sentido en mi vida. De alguna manera conseguimos aferrarnos a unas raíces y volver a tierra. Esperamos durante más de 4 horas y después de muchos intentos y mucho miedo conseguimos cruzar al mismo tiempo que se hacía de noche.

Todos tenemos armas aquí

Por Julián de Parte de Existencia (extraído de su libro)

Cuando Jesús está contigo, no hay nada que temer, ¿o sí?
Cuando Jesús está contigo, no hay nada que temer, ¿o sí?

«Saliendo de la capital, la ruta estaba llena y avanzábamos a una velocidad tranquila. Yo miraba un poco de costado para no marearme mirando hacia atrás, cuando de pronto, veo que un tipo nos apunta con un arma desde otro coche. Nuestro conductor desaceleró, y el otro nos cruzó por adelante. Después el nuestro volvió a acelerar, lo arrinconó apenas, sacó un arma de la guantera y le apuntó desde la ventanilla mientras maniobraba para dejarlo atrás. Éramos tantos dentro de la furgoneta y el tránsito era tan caótico, que la mayoría de los pasajeros ni se enteró de lo que estaba pasando. Jessy tampoco se dio cuenta; entonces le agarré la cabeza y se la bajé entre mis piernas agachándome yo también. Ella interpretó la acción como un gesto de cariño y después de unos segundos quiso levantarse pero yo no la soltaba. Ella hacía fuerza para subir y yo hacía fuerza hacia abajo mientras pensaba cómo explicarle la situación en inglés. Finalmente le dije algo de una secuencia con armas y se quedó quieta hasta que nos pareció que todo había terminado.
–­¿Qué fue eso? ­–­pregunté al cobrador.
–­Quisieron asaltarnos… Pero no hay problema porque nuestro conductor también tiene arma.
–­Ah…»

No estamos solos

Por Ivan de Apeadero

Nuria preparando la mosquitera para dormir en la modesta casa del camionero de Kafountine.
Nuria preparando la mosquitera para dormir en la modesta casa del camionero de Kafountine.

«El segundo día de nuestra estancia en Kafountine (Senegal), conocimos a un hombre que chapurreaba algo de inglés. Tendría unos 50 años, era camionero y nos invitaba a quedarnos en su casa a dormir. Pensamos que sería una gran experiencia y aceptamos.

La casa estaba lejos del pueblo por lo que antes de llevarnos, pasó por la tienda a comprar «provisiones». Compró velas y marihuana. Nada de comida, nada que beber. Como somos tan felices, no le dimos la menor importancia… hasta que llegamos a la casa. No había luz eléctrica, ni ducha, ni cama, las gallinas campaban a sus anchas por la zona, el baño era un agujero detrás de un trozo de tela mugriento y nuestra habitación, un habitáculo con 4 paredes y un agujero a 2 metros de altura que ayudaba a ventilar. Era viudo y tenía 3 hijos, todos varones, que vivían con él y compartían habitación.

Habíamos decidido vivir una experiencia auténtica, pero no sabíamos lo que nos esperaba. Tras colocar la mosquitera como pudimos, comimos unas galletas que llevábamos y nos acostamos sin cenar. En mitad de la noche escuché unos ruidos dentro de la habitación y desperté a Nuria: «No estamos solos». Ella se sobresaltó, pensó que alguno de los hijos había entrado a la habitación a robar o vete tu a saber qué. No parecía eso, parecía más bien que algún animal andaba suelto. Ya habíamos tenido encontronazos con arañas gigantes y murciélagos en Senegal y nos daba miedo hasta encender la linterna para ver qué era. Finalmente lo hicimos. Prendimos la luz de la linterna y a través de la mosquitera solo pudimos apreciar que era grande y que no nos tenía miedo. Al ver la luz se metió dentro de la mochila y al poco tiempo volvimos a escucharle ‘scrash, scrash’, rascaba por aquí y por allá con sus afiladas uñas. Nuria sugirió apagar la luz y seguir durmiendo. Yo no podía. Me quedé toda la noche sentado en la cama haciendo guardia por si al animal ese se le ocurría ver qué había tras la mosquitera. No ocurrió nada.

A la mañana siguiente vimos que el bicho había sacado todas nuestras cosas de la mochila, había mordisqueado algunos papeles y nos había robado las galletas. Preguntamos y nos dijeron que era común, que era una «rata-mono» y que habría entrado por el agujero de arriba.»

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