El turismo sostenible se ha convertido en una consigna repetida hasta el cansancio en el debate sobre el impacto del turismo global. Sin embargo, esta idea choca de frente con la realidad del turismo masivo, que es, en última instancia, la forma en la que la mayoría de la población puede acceder a viajar. Pretender que todo el turismo sea sostenible significa, en la práctica, restringirlo a quienes pueden pagar precios exorbitantes, dejando fuera a la clase trabajadora y volviendo el turismo un lujo reservado para las élites. En este contexto, más que una solución, el turismo sostenible parece una estrategia para limitar el acceso y encarecer los destinos.
Quienes promueven el turismo sostenible rara vez ofrecen soluciones reales para hacer que el turismo sea más equitativo y accesible. En su lugar, su propuesta suele reducirse a medidas restrictivas, como limitar el número de visitantes, imponer tasas ecológicas elevadas o encarecer la estancia en destinos populares. El resultado es la expulsión de aquellos que solo pueden permitirse viajes económicos, dejando los destinos exclusivamente en manos de turistas adinerados. Lo que se presenta como una medida ecológica termina siendo, en realidad, una forma de exclusión social.
Frente a esta visión elitista, el turismo responsable surge como una alternativa que no criminaliza el turismo masivo, sino que apela a la conciencia individual y colectiva de los viajeros. Mientras el turismo sostenible suele traducirse en barreras económicas, el turismo responsable plantea una evolución gradual en la manera en que viajamos, promoviendo decisiones informadas sin necesidad de prohibiciones arbitrarias. No se trata de eliminar la posibilidad de viajar, sino de fomentar prácticas que minimicen el impacto ambiental y cultural sin restringir el acceso a unos pocos privilegiados.
Es importante entender que cuando hablamos de turismo, en realidad nos referimos a la industria turística, y es precisamente esa parte industrial la que ha convertido algunos destinos en meros productos de consumo. Las grandes cadenas hoteleras, los operadores turísticos y las aerolíneas no están interesadas en la sostenibilidad real, sino en maximizar beneficios mientras el destino sea rentable. Una vez que el turismo deja de ser económicamente atractivo, se abandona el lugar y se busca otro destino explotable. En este sentido, culpar a los viajeros individuales por los efectos negativos del turismo es desviar la responsabilidad de los verdaderos actores que moldean la industria.
El dilema no está en elegir entre turismo sostenible o turismo masivo, sino en replantear la relación entre la industria turística y los destinos que explota. Apostar por el turismo responsable implica transformar la manera en que las grandes empresas operan y distribuir mejor los beneficios del turismo en las comunidades locales. En lugar de prohibiciones y aumentos de precios, se deben impulsar medidas que promuevan el respeto por el entorno y la cultura sin convertir los viajes en un privilegio inaccesible.
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Tema principal: Truth and Beauty por audiotechnica (ccmixter)
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